Delineando de “Los que se alejan de Omelas,” de Le Guin, esta publicación ofrece un recordatorio
para recibir la humanidad de otros durante los micro momentos de día con día en nuestras vidas.
Por Emily Siwachok, Gerente de Mercadotecnia, the Arbinger Institute - junio 07, 2018
La ciudad de Omelas de Le Guin
No hace mucho timepo, volví a visitar la ciudad de Ornelas. Para cualquiera no familiarizado con esta ciudad ficticia, puede encontrarse en la historia breve de Ursula K. Le Guin, “Los que se alejaron de Omelas.”
En esta ciudad aparentemente utópica, los habitantes viven en una comodidad mesurada. Demasiado sensatos para la extravagancia, los habitantes disfrutan sin embargo de abundantes cosechas, relaciones sólidas y placeres simples como casas pintadas y canastas de flores.
Durante los festivales, los barcos brillan con banderas y la música llena las calles. Le Guin escribe: "la gente iba a bailar, la procesión era un baile".
En cuanto a los ciudadanos de Omelas, "no eran niños ingenuos y felices, aunque sus hijos eran, de hecho, felices. Eran adultos maduros, inteligentes y apasionados cuyas vidas no eran miserables ".
Finalmente, Le Guin comparte una característica más de la ciudad de Omelas.
En la oscuridad de un sótano, un niño sufre profundamente. El niño parece tener seis años, pero de hecho tiene 10. Se encuentra entre cubetas y trapeadores, lo cual le resulta aterrador. A intervalos aleatorios, la puerta cascabelea y se abre para revelar a una persona, o varias, de pie en la entrada. En tales ocasiones, el niño ruega que lo liberen, prometiendo ser bueno, pero permanece en el sótano. Su propósito es sufrir, sufrir para que los ciudadanos de Omelas puedan ser felices.
Las personas cierran la puerta sin siquiera una palabra de amabilidad, porque "todos entienden que su felicidad, la belleza de su ciudad, la ternura de sus amistades, la salud de sus hijos, la sabiduría de sus académicos, las habilidades de sus creadores, incluso la abundancia de su cosecha y la amabilidad de los climas de sus cielos, dependen por completo de la abominable miseria de este niño.”
Sin embargo, no carecen de compasión, ya que algunos sienten asco, enojo, indignación e impotencia. Pero con el tiempo, "comienzan a darse cuenta de que incluso si el niño pudiera ser liberado, no le beneficiaría demasiado su libertad ... esta demasiado degradado e imbécil como para conocer una verdadera alegría".
Y así continúan con sus vidas idílicas, sabiendo el precio que se paga por tal existencia ... excepto por los pocos que, después de ver al niño, o meditar durante algunos años, o pasar algunos días en silencio, se alejan de Omelas.
Lecciones de Omelas
Aquellos que han visitado la ciudad de Omelas sacan sus propias lecciones de ella.
Para algunos, es una parábola económica o política. Para otros, es una crítica de la premisa del utilitarismo: que una acción es correcta en la medida en que promueve la mayor felicidad para el mayor número de personas.
En mi visita más reciente a Omelas, me fui con una comprensión más personal.
La imagen del niño sufriente, con sus circunstancias deplorables y súplicas desesperadas, es nada menos que discordante. No puedo creer que alguna vez permitiría que un niño esté en esa situación (incluso para un propósito utilitario) si estuviera en mi poder prevenirlo. Supongo que la mayoría de nosotros sentiría lo mismo.
Pero cuando pensé más allá de la imagen conmovedora del niño sufriendo en los micromomentos de la vida diaria, me pregunté si compartiría más similitudes con los ciudadanos de Omelas de lo que pensaba.
Para aquellos en Omelas, la humanidad de alguien es eludida para que sus propias vidas puedan continuar placenteramente.
¿Con qué frecuencia hago lo mismo?
Persiguiendo la vida fácil
Pensé en el cajero cuyas preguntas sobre mi día en general respondí sin pensar, para poder regresar a casa más rápido.
Pensé en la persona en una reunión de trabajo cuyos comentarios apenas escucho, así que puedo pensar en lo que quiero decir.
Pensé en ese acto de bondad por el que nunca expresé mi gratitud, simplemente porque no me había molestado en pensar en la persona que me ofreció el gesto.
Pensé en el mendigo que paso en mi viaje diario a quien a menudo ni siquiera me atrevo a mirar, a fin de no tener que enfrentar una abrumadora sensación de impotencia.
Pensé, también, en las explicaciones ofrecidas por los habitantes de Omelas. ¿Eran las mías tan diferente? "Están acostumbrados". "Otros en la reunión estaban escuchando". "Ella ya sabe que estoy agradecida".
Si bien esto puede parecer una acusación personal demasiado severa, admito que se trata de infracciones diminutas, ¿no evité a otra persona para que mi vida pudiera continuar gratamente?
¿Y habría requerido tanto de mí el escuchar, expresar gratitud o al menos mirarlos a los ojos?
Para decir hola
Entonces, no, no adjudico mi sufrimiento a un niño en el sótano. Pero a veces renuncio a abrazar por completo la humanidad de otra persona en mi búsqueda de la vida fácil, como supongo que muchos de nosotros hacemos de vez en cuando.
Pero, ¿cuánto más abundantes serían nuestras vidas, y qué tan poco necesitaría de nosotros, por lo menos mirar a la gente a los ojos a lo largo del camino?
La próxima vez que visite Omelas, quiero correr directamente a esa bodega y decir "hola" al niño en el sótano.